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Cerca la tempestad de los navíos, los delfines lo saben y lo advierten, emergiendo los lomos y hundiéndose, cual si remedaran a las olas, al saltar al barco —quizás queriendo avisarlo—. Tal, mas no aludiendo a éstos, sino hurtándose al mal de aquel foso —y en provisional alivio—, yo iba advirtiendo que algunos condenados sacaban un punto sus espaldas, se mostraban apenas un instante y volvían a hundirse.

Otros, como las ranas, alzaban la cabeza y escondían cuerpo y ancas, pues las ganas de aire no son tales como para olvidar la precaución. Sucede a veces, que una de éstas quede quieta y pasmada y paga cara su distracción: ¡No se disparara el ave como éstos! No se puede describir con qué rapidez procede esa alada gentuza y su rara destreza.i